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La Hidra de Lerna

  • Foto del escritor: estebanferrandez
    estebanferrandez
  • 20 jul 2020
  • 3 Min. de lectura

Esta crisis, covid 19 según se la nombra, subraya má aún los límites de nuestra autosuficiencia y resalta más si cabe nuestra fragilidad. Un pensamiento que suele reprimirse y que habla de nuestra dependencia y nuestra vulnerabilidad. Más aún cuando lo que está en juego es lo más primario del ser humano, respirar. El virus viene a comprometer nuestra respiración, lo más básico de nuestra frágil humanidad, imposible vivir sin respirar.

Hace muchos años me impactó encontrar estas afirmaciones en un filósofo de origen galés pero afincado en EE UU., Alasdair MacYntire. En Animales racionales y dependientes, publicado por Paidós, destacaba este filósofo trashumante, que reconocemos la vulnerabilidad y la dependencia cuando se entienden como fases para alcanzar logros, pero no por su carácter intrínseco.

Su capacidad de síntesis me admira: "la filosofía feminista ha dado un gran paso adelante para corregir esto; primero, porque comprender que la ceguera respecto a la mujer y su denigración están vinculadas con los intentos masculinos de negar el hecho de la dependencia".

Encontraremos estos postulados desarrollados en profundidad en la obra de Jessica Benjamin principalmente, articulando de modo brillante feminismo y psicoanálisis, en lo que considero hasta ahora, la aportación más inteligente al tema.

Probablemente porque llama a la puerta de nuestra insuficiencia, de nuestra debilidad intrínseca, camuflada tras nuestros brillantes logros tecnológicos, es por lo que esta crisis ha desatado los más variopintos esfuerzos denegatorios, desde los lugares más dispares.

Que la crisis como otros defienden, sea una oportunidad para el cambio o para la revolución, véase sobre todo el mesianismo de Zizek, es más que dudoso. Es cierto que todas las crisis convocan al cambio pero no que lo consigan. Y los poderes del capitalismo para amortizar los peligros no hay que despreciarlos.

Vivimos una crisis sanitaria que supone una restricción importante de nuestras libertades, y lo aceptamos con mansedumbre, porque es temporal. Cuando implica un cambio de hábitos, como la crisis climática, ya es más complicado, implica renuncias definitivas.

Daniel Innerarity dice que la crisis sanitaria afecta a los viejos, la crisis climática a los jóvenes. Falta ver que las respuestas a la segunda se puedan organizar de modo eficaz.

Después de la emergencia del psicoanálisis, hace más de 100 años, o del pensamiento complejo, sigue siendo una sociedad fascinada por la superficialidad brillante, incapaz de atender a las señales latentes: el agotamiento del modelo industrial basado en el crecimiento y la acumulación, su carácter pernicioso para la supervivencia de la humanidad...

Probablemente por eso se ha trastocado la crisis sanitaria en crisis económica, este ha sido el truco de prestidigitación más ambicioso. Muramos por el bien de la economía. Nunca habíamos padecido como humanidad una crisis de este calibre desde la peste. El cine sin embargo, lleva fantaseando con esta posibilidad hace décadas.

Establecemos confinamientos entre países, ingenuamente sin mirar más allá, el virus sin embargo golpea sin atender a fronteras, o quizá las fronteras son otras, fronteras entre el poderoso y el necesitado: el virus viaja en patera, se propaga en los campos de trabajo donde los jornaleros viven hacinados, se llama LLeida, pero también Singapur donde los albañiles son inmigrantes que viven en chabolas,o India que expulsa a sus trabajadores de las fábricas, Sudáfrica, EEUU...

Y si hay algo que me queda claro es que ésta es una crisis política, como dice Bifo Berardi, pero también muchos otros, el estado y la política se muestran incapaces de afrontar los nuevos retos de la humanidad.


San Pedro del Pinatar, 20 de julio de 2020




 
 
 

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